Las antiguas escrituras hindúes cuentan que un príncipe observó a un hombre echado bajo un árbol, que con la boca abierta recibía la miel que goteaba de un panal. También observó a una serpiente venenosa acercándose sigilosa al sujeto. El príncipe advirtió al hombre del peligro, pero éste, inconsciente de la realidad, no advirtió peligro. La miel representa el gozo del mundo de los sentidos, mientras que la serpiente representa el peligro, los momentos difíciles que hará pasar al hombre si se produce la picadura. La historia muestra cómo muchos de los seres humanos dedican parte de su vida al goce de los sentidos, buscando felicidad haciendo lo correcto, con honestidad. ¡Lo peor de todo, los otros, no son conscientes de su ambición, codicia, desamor, deshonestidad. Nuestra vida es una permanente batalla entre el ego y el espíritu. El ego busca la felicidad atropellando en el mundo a personas e instituciones. A través de la compra de bienes materiales superfluos o artimañas para lograr su oscuro propósito y demostrar que son capaces de alcanzar metas, como sea, buscando permanentemente aprobación, como dé lugar, para satisfacer su ego y la de sus superiores.
Para el ego, el poder se obtiene de lo exterior, no le importa de cómo opinan las personas afectadas o la opinión pública. Para el ego la codicia, conflictos, desamor, son sus armas para actuar y para conseguir lo que quieren. Por otro lado, el espíritu orienta la vida hacia adentro, buscando la felicidad en nuestro mundo interior a través de conocernos, aceptarnos, amarnos a nosotros mismos y sirviendo a la comunidad o sociedad. A través del trabajo en beneficio de los demás, de la humanidad. A través de ayudar, servir y entregar a terceros, desinteresadamente, LO QUE SUCEDE CON LOS DIRIGENTES DEL MOVIMIENTO SCOUT. Para el espíritu, el poder se obtiene de nuestro interior, para lograr la paz, el amor en la comunidad, la entrega y conexión con nosotros mismos. El espíritu genera sensaciones de solidaridad, servicio, compasión, comprensión, respeto, paz y amor. Así, nuestro cuerpo es como un auto que tiene dos pilotos: el ego y el espíritu. El ego quiere ganar la carrera a toda costa, no importa cómo lo haga, para que la gente lo admire como el mejor. Al espíritu en cambio le gusta disfrutar el camino, conectarse con la naturaleza, conducir en paz y además servir y ayudar a las personas con las que se cruce. Ambos tienen objetivos muy distintos en la vida.
¿Cuál conductor traerá nuestra verdadera felicidad? El problema es que la competencia y turbulencia del mundo ha relegado al espíritu y han escogido al ego como lo máximo para triunfar, no importa si atropellamos o matamos. Lo peor de todo es que muchos hemos olvidado que existe esa parte espiritual. En los negocios de hoy se invierte capacitando a los ejecutivos, entre otras cosas, pero olvidan, lo esencial, de darles principios y valores. Estos tienen un común denominador hacerlos triunfadores con resultados que den réditos sin considerar que pueden perjudicar el espíritu. El ego se vale de artimañas para engañar, adulterar, y conquistar lo quieren sabiendo que están perjudicando a otros. Toca a los de espíritu, como los Scouts, luchar para lograr la felicidad de los demás.
Tomado de Logros y Metas Nº 607
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